martes, 5 de julio de 2011

Las sorpresas del (neo)liberalismo

martes, 5 de julio de 2011
LIBERALISMO
El sentido común, aquel que se supone común al género humano, me decía que era necesario cierto concepto de igualdad para que la libertad de las personas fuera efectiva. Es decir, no hay libertad si no la podemos tener todos por igual. La democracia estaba muy relacionada con este concepto ya que si no hay igualdad de posibilidades para participar en el gobierno, no se le podía llamar gobierno del pueblo, sino de unos pocos u oligarquía. Todo iba bien navegando por entre estos conceptos. Todo parecía cuadrar de forma armónica. El problema surgió cuando conocí a otros que se hacían llamar también liberales.

La primera sorpresa fue descubrir como su concepto de liberalismo se basaba en una defensa casi fundamentalista de la libertad. No les preocupa apenas en qué se emplee dicha libertad, no ponen pegas excepto si es para acordar normas colectivas, ya sean políticas y mucho peor, económicas. Y ni que decir tiene de morales o éticas. Al ser los derechos un concepto que atañe exclusivamente al individuo, estos liberales interpretan que la sociedad no debe tener capacidad de decidir. La sociedad y lo que le atañe, es algo a ignorar para ellos. Las particularidades de este tipo de liberalismo están tan arraigadas que hasta para definir el propio concepto ideológico es motivo de grandes discusiones.

La segunda sorpresa nos la encontramos cuando la mayoría de las veces el autodefinido liberal solo atiende como tal cuando se trata de economía y mercado libre. Todo lo demás parece supeditarse a ello. Digo parece porque en cuanto se señala esta cuestión rápidamente se aclara y se dice que la libertad en la economía es una parte necesaria de la libertad de las personas, para volver y continuar inmediatamente con la economía por delante a todos los lados, y que el Estado no se meta. Por este motivo se hace necesario diferenciar en muchas ocasiones entre liberalismo económico (llamémosle neoliberalismo) y liberalismo político (el clásico).

La tercera sorpresa es la amoralidad a ultranza que se desprende del concepto del mercado libre en el liberalismo económico. Según esta filosofía, el mercado no debe atender a ningún tipo de razón moral. Esto parece de perogrullo ya que un mercado no tiene capacidad para esto, pero ¿y la personas? ¿acaso nosotros no debemos tener ningún criterio moral a la hora de comprar esto o lo otro, fabricado aquí o allá? ¿acaso un empresario o un banquero no es una persona la cuál ha de ser libre para decidir hasta qué punto ha de sacrificar sus principios éticos? ¿por qué desde ciertos sectores se fomenta la amoralidad en las gestiones «por el bien del mercado»? ¿no debemos estar las personas por encima del mercado al que damos forma? ¿no podemos las personas acordar ciertas normas éticas para la convivencia, independientemente de la moral individual que tenga cada uno, afecten al mercado o no?

La cuarta sorpresa nos la encontramos volviendo al mercado libre. ¿Existe o ha existido realmente alguno merecedor de este nombre? Pienso que habría que volver a épocas de la antigüedad en las que las personas comerciaban sin interferencia alguna entre ellas y buscando el beneficio mutuo. Desde entonces las instituciones financieras, autenticas castas sacerdotales de la Fe liberal económica, no han cesado de controlar e intervenir en la economía como les ha parecido siempre para su beneficio (perdón, para beneficio del mercado), quejándose de cualquier interferencia de los poderes políticos.

Y la quinta y última sorpresa es precisamente la de aborrecer cualquier intervención del gobierno, da igual quien sea este ni por quien esté formado. Para controlar la economía solo están paradójicamente imbuidos de dicha capacidad determinados colectivos, que para esto si que van bien, llámense instituciones financieras, agencias de valoración, o el propio mercado formado por banqueros «libres» que otorgaran crédito o no en función de lo que dicte el Dios mercado. Aunque esté equivocado.

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