martes, 20 de enero de 2015

Los dueños de la lengua

martes, 20 de enero de 2015

En todas partes hablan su propia lengua, se podría decir. Con sus propias expresiones y su propio vocabulario. Incluso con sus propios verbos, como en Argentina. Lo que evita que surjan lenguas por cada rincón es que sólo algunas de ellas van a tener una literatura importante y sólo algunas gozarán del suficiente impulso social o político para que así sea. Las lenguas se crean cuando alcanzan una entidad cultural y política diferenciada lo suficientemente importante para que esto ocurra.

Puede suceder de forma natural como ocurrió en la península ibérica en los siglos X al XV aproximadamente, o de forma artificial reinterpretando la historia como hacen los nacionalismos desde el Siglo XIX. En España existe cierta polémica respecto a los orígenes del valenciano y del catalán. Las referencias más antiguas a estas denominaciones se han encontrado recientemente en unos documentos que hablan de catalanesc en 1290 y valencianesch en 1343, apenas medio siglo de diferencia. Parte del conflicto reside en otorgar a organismos políticos actuales la oficialidad sobre una lengua en un territorio mayor del que política e históricamente están vinculados. El pretexto utilizado es la existencia previa de registros escritos del latín vulgar en el territorio que hoy se conoce como Cataluña. Es decir, que en Cataluña hablaban la lengua «antes» que en el resto, siguiendo una analogía con la teoría oficial de lo ocurrido en Castilla. El resultado es la creación de unas instituciones de carácter oficial —el IEC— en Cataluña, con autoridad para regular sobre la lengua de los territorios de Cataluña, Comunidad Valenciana y las Baleares. Sin entrar en otros aspectos de este conflicto lingüístico ¿hasta que punto es lógica y admisible esta decisión?

El uso de la denominación de catalán parecer ser una referencia genérica a los condados feudales de Barcelona, Gerona y Osuna —el Principado de Cataluña o la llamada Cataluña vieja—. El término catalán podría referirse a la condición de señores feudales —como en el caso del castellano—, por lo que otros territorios feudales de la Corona de Aragón podrían recibir posteriormente el mismo nombre —Cataluña nueva—. Desde esta perspectiva —entendiendo «catalán» con un significado distinto entonces al de ahora— podría admitirse el uso de este término para denominar al conjunto lingüístico como catalán, incluyendo todos los territorios de la Corona de Aragón. El problema es el uso político que se hace dentro de una especie de plan de construcción nacional, como si una aristocracia venida a menos necesitase inventar nuevas maneras de continuar en su status-quo. Supongamos que hacemos un último esfuerzo y se acepta la denominación de catalán para el conjunto y asignar la autoridad lingüística y cultural a los que hoy ocupan dichas tierras, por ser supuestamente antecesores y fuente de los repobladores. Como «prueba», suele compararse —en una falsa analogía— con la colonización europea del continente americano, y la exportación de la lengua y cultura a aquellas tierras.

Sin embargo, la identificación lingüística de hispanoamérica con la lengua española o castellana es desde sus inicios y actualmente no existe ninguna subordinación política —la lengua es aceptada tal cual aun teniendo legitimidad para cambiarla—. No se ha construido artificialmente siglos después, fuera acertado o no lo que hicieran los colonos españoles. Otro punto que suele no mencionarse es que entre América y Europa hay un gran océano que impedía que hubiera contacto cultural previo, cosa que entre Cataluña, Valencia y Mallorca no es cierto, ni mucho menos. Aún así, el nacionalismo catalanista supedita toda la creación cultural de los territorios que le conviene a la «catalanidad», concepto oportunamente escogido para autoelegirse ellos como la «autoridad». Aun admitiendo en última instancia la tesis catalanista del origen de la lengua, hay contra-ejemplos claros que demuestran que no es correcto supeditar la propiedad de una lengua a los gobernantes de un supuesto territorio «originario». El origen de una lengua no es condición suficiente para adueñarse de ella por toda la eternidad:

El inglés

El inglés proviene de la lengua hablada por diversas tribus germánicas que emigraron a las Islas Británicas, entre ellas las sajonas. Sin embargo, a nadie se le ocurre decir que los ingleses hablan alemán. Ni Alemania reclama ninguna propiedad ni autoridad sobre la lengua hablada mayormente en el Reino Unido. Tal vez este caso no se encuentre válido ya que la divergencia política y lingüística ha sido suficiente como para que se separen. Al ser distintas lenguas no pueden constituirse como un bloque susceptible de ser regulado.

El portugués

El portugués, sin embargo, es considerado la misma lengua que el gallego, formando un bloque llamado galaico-portugués. Por motivos similares, el gallego tuvo que existir antes que el portugués, sin embargo, no recuerdo haber oído decir que los portugueses hablen gallego, ni existe ninguna academia lingüística de gallego que incluya e imponga denominación y normativa sobre Portugal. ¿Por qué? simplemente porque son países distintos y nadie tiene jurisdicción sobre otro. Sin embargo Brasil es un país distinto y a pesar de la distancia, afirman hablar portugués. Bueno, esto es un decir ya que el portugués brasileño es considerado una lengua independiente en la práctica, con una evolución separada.

Servo-croata

Otro caso es el servo-croata. Una misma lengua dividida por la escisión política y la falta de acuerdo entre pueblos vecinos, que internacionalmente recibe la denominación combinada. Buscar el acuerdo y la unión es deseable, pero siempre que sea bajo acuerdo de las partes y no mediante la imposición. Más que nada porque las decisiones tomadas por autoridades no consideradas legitimas por un pueblo, no las van a aceptar, aunque deban obedecer por la fuerza.

Austro-bávaro

Este es uno de los casos más escalofriantes. Resulta que el III Reich decidió que Austria era un pueblo hermano porque hablaban una lengua germánica similar a la hablada en Alemania, el austro-bávaro. Es decir, la lengua era el punto de unión de ambos pueblos, a pesar de que se parecían como un huevo a una castaña. Pero lo más curioso es que no fue porque ambas lenguas tuvieran orígenes cercanos, sino que los nazis decidieron en pleno siglo XX que los austriacos no hablaban austriaco, sino alemán ¿le suena a alguien esta cantinela?

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No parece haber una norma fija. Lo que si que parece claro es que el desarrollo de una lengua es paralelo al desarrollo socio-político de una sociedad. Es como si se estableciera un vínculo entre la sociedad y su lenguaje. Una relación en ambos sentidos. El Dr. José Manuel Blecua, director de la RAE, dice que «los hablantes son dueños de su lengua», en el sentido de decidir qué hacer con ella. Todo depende pues de cómo esos hablantes estén organizados.

Sin embargo, en el otro sentido también existe una influencia. El escritor Juan José Millás dice que «solo somos herramientas del lenguaje, no sus dueños». Desde que aprendemos a hablar, la lengua nos condiciona y seguramente, nos cambia. En definitiva, la lengua es un poder cuyo control todos quieren poseer.

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